La pregunta correcta para atisbar la salida a la crisis económica
Una empresa es la respuesta a cinco preguntas esenciales: ¿qué vendo?, ¿a quién se lo vendo?, ¿por qué me compran?, ¿durante cuánto tiempo? y ¿cuánto gano? La crisis económica que vivimos surgió porque demasiadas personas se centraron obsesivamente en la última de las cuestiones: ¿cuánto gano? En numerosas conferencias sobre la crisis pronunciadas a ambos lados del Atlántico he mencionado que, para muchos, las empresas se habían convertido en un grupo de personas obsesionadas con la conversación típica de los largometrajes de mafiosos: ¿qué hay de lo mío?
Los sindicatos acusan a los empresarios y éstos a los anteriores. El gobierno, a todos. El ciudadano acaba siendo el pagano de los desafueros de unos y otros. En realidad, la luz al final del túnel sólo aparecerá cuando seamos capaces de volver a cuestionarnos por lo esencial: ¿por qué me compran? Dicho de otro modo: ¿cuáles son las ventajas competitivas, como profesionales, como empresas, como país… que justifican que otros se interesen por nosotros dentro de una economía globalizada? El éxito suele llegar como consecuencia del trabajo bien hecho, no como imposición. La buena economía no es la de pelotazo, sino el fruto del esfuerzo inteligente.
El fundamento del error a la hora de seleccionar la pregunta responde al olvido de un relevante tema bosquejado ya en el salto del siglo IV al V d.C. Un autor nacido en África y establecido en la península itálica planteó: si eliminamos la justicia, ¿en qué se convierte un reino, sino en una gran cueva de ladrones?
La crisis surgió porque demasiadas personas se centraron obsesivamente en ¿cuánto gano?
La punzante interrogación es adaptable tanto al ámbito público como al privado. La administración pública es responsable por haber dilapidado con graves yerros su obligación más propia: ser el conjunto de personas que asumen que su objetivo colectivo esadministrare.
La etimología latina nos recuerda que los funcionarios están para servir al resto de los ciudadanos, pues son la columna vertebral sobre la que se articula un país. Cuando la Administración pretende abarcar ámbitos que no le competen se transforma de pilastra insustituible en cáncer demoledor.
La elefantiasis de lo público es uno de las patologías que explican la situación en la que vivimos, pero no es la única. Demasiados empresarios han olvidado que una empresa es una compañía (cum-panis). Es decir, el lugar en el que todos comparten el pan. Se pervierte gravemente cuando, como ha sucedido en innumerables entidades financieras y mercantiles, los directivos pretenden enriquecerse desproporcionadamente sobre las espaldas de sus empleados con la excusa de accionistas reiterada y obsesivamente exigentes.
Si la Administración se centra en lo que no le compete se transforma en un cáncer demoledor
En el entorno público y en el privado se han cometido graves errores técnicos, pero sobre todo éticos. La ética –la decencia– no es un opcional, es un elemento imprescindible para salir del pozo en el que nos encontramos.
Pretender resurgir de la crisis con medidas estrictamente técnicas – reforma laboral, financiera, fiscal, etc.—es tan insuficiente como aspirar a que un coche funcione gracias exclusivamente al motor, olvidando la debida atención a los neumáticos y al asfalto. La ética son las ruedas y el pavimento que permiten avanzar. La técnica sin ética no se limita a ser inocua, sino que tiende a tornarse perversa. Nietzsche lo describió a la vez que lo proponía en la siguiente clarificadora y desatinada afirmación: una educación correcta “debe reprimir el deseo de formarse un juicio propio y debe acostumbrar al joven a una obediencia ciega, bajo el dominio del Genius”.
Ha llegado el momento de que no sólo los financieros aporten soluciones a un sistema destartalado y fracasado, que ha conducido al colapso económico e ideológico. El sendero hacia una salida consistente de la crisis reclama con urgencia reflexiones sobre los valores que han de empedrar una calzada de recuperación sostenible. Los economistas teóricos pueden y deben aportar, pero sin la presencia de una mejor perspectiva, el coche sólo circulará cuando tras llegar a la cumbre marche cuesta abajo. Las próximas cimas podrán superarse con garbo en la medida en que seamos capaces de fundamentar una sociedad, y sus instituciones, con alma. Y esto tanto a nivel micro como macro. El gran problema de Europa es muy semejante al de tantas Pymes. Se discute sobre números, olvidando que –a decir de Saint-Exupery– “lo esencial no es visible a los ojos”. Y sin embargo, es imprescindible. Ese elemento sin el que sólo pondremos en pie de nuevo una estructura inestable se llama alma. Las empresas, la Administración y Europa misma precisan recuperar su alma. Cuando no hay un proyecto externo, común e ilusionante en el que sumar fuerzas, las organizaciones enferman y se descomponen. Estamos a tiempo de reconstruir con solidez. Lo haremos si no olvidamos que la mera técnica contable no es suficiente.
Javier Fernández Aguado es socio Director de MINDVALUE y autor de Roma, escuela de Directivos (LID).